viernes, 29 de marzo de 2013

Los efectos de la crisis I


      La agenda de mi madre es un calendario de pared con los números en grande y el santo del día a pié de número. En él, apunta los nombres de hijos, sobrinos, nietos y demás familia junto al día del cumpleaños. También anota sus actividades cotidianas, como las visitas al médico o las clases de aquagim de los martes y jueves. De tal modo que si el 25 de abril tiene consulta con el traumatólogo, mi madre escribe “Güesos” encima de S. Marcos y la hora junto al número. Luego dibuja un recuadro rodeándolo todo y así parcela su vida de manera eficiente.

      Los días que tiene la agenda libre, mi madre los dedica a parcelar vidas ajenas. En cuanto encuentra una vida sin acotar, saca el metro y demarca acontecimientos igual que un constructor delimitaría terrenos. Tampoco importa mucho si la vida en cuestión ya tiene su superficie urbanizada, sus caminos trazados o sus zonas verdes enraizadas. Mi madre siempre conoce una manera mejor de distribuir los espacios. De hecho, mientras uno de sus hemisferios se dedica a parcelar, el otro ya está diseñando los trabajos de demolición y viceversa, que quiere decir al contrario.
      Debido a mi natural masculino incapaz de utilizar ambos hemisferios a la vez, sólo he heredado de mi madre el hemisferio de llevar la contraria, que no se si es el hemisferio norte o el sur o viceversa. Lo cierto es que debido a mi herencia, ante cualquier argumento, siento una necesidad inmediata y visceral de defender la postura antagónica. Me lo pide el ADN.
      Pero si mantengo una fundada aversión hacia los calendarios que hace que mi vida se desarrolle en el caos temporal más absoluto, no es por el ADN o por llevar la contraria a mi madre.

      Al menos, no siempre fue así. 


Los dos hemisferios de mi madre


UN calendario en la pared

      Siendo aun un crío, abandoné por primera vez el nido familiar para establecerme por cuenta ajena en un piso compartido con unos amigos desconocidos. La minúscula habitación que me tocó en suerte disponía de una cama demasiado estrecha, un armario demasiado empotrado y un calendario de pared demasiado atrasado. De no ser por la foto con la imagen de Jane Badler, la “Diana” de la serie “V”, me habría desecho de aquel calendario caducado. Pero aquella mala tan buena había marcado parte de mi adolescencia y no me pareció mala idea compartir con ella el dormitorio durante una buena temporada. No sabía lo equivocado que estaba y de que manera iba a trastornar mi vida aquel aparentemente inofensivo calendario.
       La habitación, de aproximadamente 2 X 2, era tan pequeña que resultaba imposible moverse sin posar la vista en el almanaque. Y pronto descubrí que había algo en aquel calendario que me inquietaba. Al principio se presentó como una pequeña incomodidad, una leve desazón pasajera que achaqué a los nervios propios de la mudanza. Pero poco a poco la inquietud fue en aumento hasta que una mañana se apoderó de mi ser una terrible congoja, postrándome en el lecho víctima de intermitentes temblores y un sudor frío que partiendo de la rabadilla, atravesaba la medula espinal hasta posarse en la base del cerebelo, donde decidió quedarse a vivir. Inmóvil como estaba, presa del pánico, era incapaz de apartar la mirada del objeto que me producía tales males.
      Durante minutos que se convirtieron en horas que se convirtieron en días estuve tendido en la cama, viendo impotente como se me iban la vida y los fluidos sin poder apartar la mirada de aquel calendario. Al sentir abrirse la puerta de la calle intenté gritar reclamando auxilio, pero mi boca continuó cerrada impidiendo que de ella escapara el más leve sonido. Entonces en un arrebato de demencia intenté gritar por la nariz y se me salieron los mocos y la dignidad. Luché con todas las fuerzas que me quedaban para intentar incorporarme, pero mi cuerpo permaneció petrificado, pegado al incómodo colchón de aquella cama ajena. Al final, exhausto, perdí el conocimiento en un delirio de números enteros.
      Desperté tendido boca abajo. Entonces, en un momento de lucidez, me armé de arrojo y sin apartar la mirada de la mesilla de noche, conseguí incorporarme hasta posar los pies en el frío y desnudo suelo, quedando sentado de espaldas al calendario. Al notar su aliento en la nuca, mis piernas comenzaron a temblar descontroladas. Una y otra vez, me repetía a mi mismo que los objetos no respiran. Una y otra vez, rezaba la misma letanía mientras mi cuerpo se balanceaba adelante y atrás acompasadamente y la mirada se perdía en un punto mas allá de un mueble que ya no veía.

—Lsojetos no respían, no, no tien pulmones, no espiran, losojetos no rspiran...


3 comentarios:

Lady Jones dijo...

Me gusta, me entretiene y me tiene con sonrisa leerte siempre.
Un beso, Mr.

Pluma Roja dijo...

Espero ese continuará, muy buen relato éste. El almanaque me recordó el mío. Tengo un gran almanaque puesto atrás de la puerta de entrada a mi dormitorio, en dónde apunto todas mis citas al doctor o algún evento interesante, es la única forma de no olvidar las fechas.

Pero éste calendario no respira.

Saludos cariñosos.

Ben Bolkoien dijo...

Querida Lady Joker, haga usted el favor que estoy pasando mucho miedo.
Un beso, Lady

Querida Pluma roja, ¿Está segura de que su almanaque no respira? Mire que son muy traicioneros. Ya mismo cuelgo el continuará, aunque es un continuará con continuará y así la mantengo en la espera.
Un beso

no se olvide