lunes, 28 de marzo de 2016

Cangrejada nacional


«Los fachas crecen en Castilla como amapolas, creando un paisaje de falsa belleza, porque en su interior se esconde el opio».
Mariano José de Larra

«Amapooola, lindísimamapoooola».
Alfredo Kraus




     Antiguamente los cangrejos de río eran nacionales. El abuelo, que también era nacional, nunca se perdía una buena cangrejada. Recorría la ciudad de punta a punta con tal de devorar un buen plato de los cangrejos con tomate que preparaba mi madre.

     Además de nacional, el abuelo era calvo, gruñón, estoico y con tembleque, mientras que la abuela, por el contrario, era oronda, lironda, folclórica y estática. No se parecían en nada, y fruto de esa disímil unión nacieron mi padre y mis tías y tíos paternos, aportando cada uno su propia singularidad al coctel genético y consolidando así la tan necesaria evolución de la especie humana. Con el paso del tiempo, ésta evolución degeneró hasta mi persona que, por alguna anomalía en el código heredado, salí respondón.

— No me pienso comer esos bichos, no me gustan.
— No digas tonterías, si no los has probado. — decía mamá.
— No me gustan, nunca van de frente.
— No seas ignorante, chaval. — saltaba el abuelo — Esos son los cangrejos de mar. Los cangrejos de río van de frente como buenos españoles, dando la cara.
— Pues a mí no me gusta su cara.
— Deja de decir bobadas y cómete de una vez los cangrejos. — ordenaba papá.
— Que se los coma el abuelo, que de lo que se come se cría. — Aquí callaban, intentando adivinar el enigma — …A ver si así se vuelve un poco rojo, que es más facha que las amapolas.

     Entonces se montaba la marimorena; el abuelo perdía la compostura, mi madre los nervios, mi padre la prudencia, mis hermanos la fraternidad y yo perdía la valentía desertando como un cobarde del campo de batalla en que se convertía el comedor familiar. En la precipitada huida con suerte acertaba a ver el acangrejamiento del abuelo que, rojo como un tomate, alzaba amenazante las pinzas:
— Me cago en el puto crío de mierda. Ven aquí, que te voy a enseñar yo modales. — y a continuación arremetía contra mis padres — ¿Esta es la educación que le habéis dao? Mano dura es lo que necesita éste país, que no hay más que sinvergüenzas.

      Mi madre, avergonzada, abandonaba el comedor llorando y me perseguía zapatilla en mano por toda la casa hasta que yo conseguía recluirme en el servicio, bastión inexpugnable con cerrojo por dentro.
     Mamá, apostada en la puerta, se quedaba arengando lo mal hijo que era y los castigos que me iba a infligir cuando saliera. En la cocina, el abuelo, ya más calmado, refunfuñaba mientras con la ayuda de mi padre se terminaba sus cangrejos, los míos y los de mis hermanos. Y yo, sentado en la soledad de mi trono independentista, encendía un cigarrillo americano considerando la posibilidad de ser adoptado.
     Mi hermana pequeña remataba la faena; se acercaba despacio hasta la puerta del aseo, llamaba golpeando suavemente con sus pequeños nudillos y gritaba:
— TATO, ABRE, ¡QUE ME CAGO!

     Y es que no hay nada más peligroso para la libertad de conciencia que la inocente colaboración de la necesidad.



Austropotamobius pallipes o cangrejo nacional - fuente Wikipedia.


     Cuando un par de años más tarde los cangrejos de río dejaron de ser nacionales el abuelo se murió, quedando patente que no merecía la pena seguir viviendo en un mundo sin cangrejos y sin Dios.

viernes, 11 de marzo de 2016

Sueño literario



     Despierto con la idea clara de que no soy más que el personaje de un libro. Seguramente, pienso, de un libro de Vila-Matas. A continuación, razono que en realidad todos los personajes de Vila-Matas son el propio Vila-Matas y deduzco que no puedo ser un personaje de Vila-Matas a no ser que sea Vila-Matas, probabilidad a todas luces incierta, dado que no nos parecemos en nada. Confirmo lo anterior mirándome en el espejo del baño y constatando que la cara que se refleja me recuerda a alguien que se parece a mí, pero que definitivamente no es Vila-Matas.
     En esas estoy cuando sin venir a cuento me entran ganas de mear. Mientras lo hago reflexiono sobre si los personajes literarios tienen necesidades fisiológicas que trascienden más allá de las necesidades literarias de sus autores y dudo si mis ganas de mear son propias o inducidas por la trama. Esto último me inquieta, me preocupa el hecho de que mi carrera literaria se limite a mear y morir asesinado víctima de las directrices psicóticas de una joven autora de novelas de misterio sueca (si Alfredo Landa hubiera sabido lo que tienen en la cabeza esas deidades, no habría entonado “¡Que vienen las suecas!” con tanta alegría).
     Volviendo a la trama, creo que me llamaría Bensön o Sven-Ben, o simplemente sería un pobre desgraciado sin nombre que se cruza en el camino del asesino, verdadero protagonista de la historia. Como cadáver literario tampoco sería gran cosa, unos cuantos párrafos para que el investigador de turno se luzca describiendo la absurda posición de un cadáver con los pantalones caídos y la cabeza dentro del retrete, donde la sangre se mezclaría con la orina hasta que alguien compasivo vaciara la cisterna y estropeara la escena del crimen.
     Acongojado, termino de mear y regreso a la seguridad de la cama con la esperanza de ser parte de la obra de un aburrido escritor costumbrista. Me tapo la cara con la manta y escucho los pasos en el pasillo.



no se olvide