"El mejor amante del mundo"_Ramón Nebitt
La mujer dijo que le quería, pero pensó que no.
El no dijo nada, le faltaba la respiración y sudaba ¡como sudaba el cabrón! Una película transparente de una especie de mezcla entre grasa y esperma, se le acumulaba sobre el labio superior, en el cuello y en la frente. También por la espalda, en las tetillas, recorriéndole los brazos, alrededor de los ojos, a lo largo y ancho de su abultada panza, formando un charco en el orificio donde debía encontrarse su ombligo. Aquel tipo desconocía lo que era tener un poro obstruido, todo su cuerpo manaba sin parar.
–Siii…. –dijo ella – como me gusta, uhmmm. –No acertaba a comprender cómo podía haberse sentido atraída por ese hombre torpe y pegajoso. El hombre difuminó una leve sonrisa. En sus labios entreabiertos se formó un hilo de babilla. Ella empezaba a aburrirse, de entre todas sus destrezas, sobresalía la habilidad de elegir como amantes a individuos patéticos, como el tal Víctor, al que le daba por estornudar mientras lo hacían. O Genaro, que en el momento álgido cantaba canciones en japonés.
Al menos ellos habían sido rápidos, como un susto, pero Don sudor parecía tener correa para rato, boqueando acompasadamente.
-Vamos, un poco mas rápido, voy a explotar –intentó precipitar el final.
El aceleró los movimientos y entonces ocurrió. Lo que había sido fluir se convirtió en chorrear. De la frente de aquel individuo surgió un manantial de sudor de proporciones Faraónicas, un tsunami de secreción que recorrió su redonda cara hasta acumularse en la punta de su nariz en forma de gota colgante, amenazadora.
Y ella estaba justo debajo, intentó moverse pero el peso del hombre la retenía. La gota crecía, engordando, a punto de descolgarse. Ella se asustó e hizo un último infructuoso esfuerzo por escapar. El hombre lo interpretó como espasmos debidos al orgasmo y se dejó ir. La gota de sudor también. Ella cerró los ojos y gritó.
Cuando Manuel acertó a ponerse las gafas y contempló el rostro de Bea, se sintió el mejor amante del mundo. El hilillo de agua que recorría el rostro de ésta no ofrecía lugar a dudas, aquella mujer estaba llorando de placer.
El no dijo nada, le faltaba la respiración y sudaba ¡como sudaba el cabrón! Una película transparente de una especie de mezcla entre grasa y esperma, se le acumulaba sobre el labio superior, en el cuello y en la frente. También por la espalda, en las tetillas, recorriéndole los brazos, alrededor de los ojos, a lo largo y ancho de su abultada panza, formando un charco en el orificio donde debía encontrarse su ombligo. Aquel tipo desconocía lo que era tener un poro obstruido, todo su cuerpo manaba sin parar.
–Siii…. –dijo ella – como me gusta, uhmmm. –No acertaba a comprender cómo podía haberse sentido atraída por ese hombre torpe y pegajoso. El hombre difuminó una leve sonrisa. En sus labios entreabiertos se formó un hilo de babilla. Ella empezaba a aburrirse, de entre todas sus destrezas, sobresalía la habilidad de elegir como amantes a individuos patéticos, como el tal Víctor, al que le daba por estornudar mientras lo hacían. O Genaro, que en el momento álgido cantaba canciones en japonés.
Al menos ellos habían sido rápidos, como un susto, pero Don sudor parecía tener correa para rato, boqueando acompasadamente.
-Vamos, un poco mas rápido, voy a explotar –intentó precipitar el final.
El aceleró los movimientos y entonces ocurrió. Lo que había sido fluir se convirtió en chorrear. De la frente de aquel individuo surgió un manantial de sudor de proporciones Faraónicas, un tsunami de secreción que recorrió su redonda cara hasta acumularse en la punta de su nariz en forma de gota colgante, amenazadora.
Y ella estaba justo debajo, intentó moverse pero el peso del hombre la retenía. La gota crecía, engordando, a punto de descolgarse. Ella se asustó e hizo un último infructuoso esfuerzo por escapar. El hombre lo interpretó como espasmos debidos al orgasmo y se dejó ir. La gota de sudor también. Ella cerró los ojos y gritó.
Cuando Manuel acertó a ponerse las gafas y contempló el rostro de Bea, se sintió el mejor amante del mundo. El hilillo de agua que recorría el rostro de ésta no ofrecía lugar a dudas, aquella mujer estaba llorando de placer.
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