sábado, 13 de marzo de 2010

a Delibes



Ya no quedan palabras
ya no quedan

ya no queda la e minúscula
ni perdices con visera
ni milanas inocentes
ni príncipes caca pis

Ya no quedan cinco horas
ni confesiones de anís
ni herejes de juderías
ni cazarratas, ni Ninis
ni mochuelos, ni guindillas
ni Delibes, ni castillas

Se las ha llevado Miguel
a la sombra de un ciprés
con su escopeta de caza
cargada de sustantivos
y el zurrón lleno de verbos
de adverbios y de adjetivos

Ya no quedan palabras
ya no quedan


jueves, 4 de marzo de 2010

Las edades de PENÉLOPE
I.- Embarazo


Ya desde pequeñita apuntaba maneras.

Sus padres, funambulistas en circo de poca monta, planificaron su futuro profesional antes, durante y con el cigarrillo de después de la concepción. Entusiastas seguidores de la estimulación prenatal, decidieron que la instrucción nacería con el embarazo. Así, dispusieron que la mujer, una vez preñada, alternara entre las distintas especialidades del oficio. Durante los dos primeros meses trabajaría el trapecio, los dos siguientes las acrobacias, luego las volatinas y a partir del sexto mes subiría al alambre, dejando el final de la gestación para actividades menos arriesgadas como partenaire y diana ocasional del lanzador de cuchillos.

Las cosas se torcieron desde un principio. La madre tuvo que abandonar el trapecio tras sufrir un ataque de nauseas en plena actuación y vomitar sobre un sorprendido público de bocas abiertas.
El aumento de pecho no ayudó mucho a sus evoluciones acrobáticas, haciéndola perder el equilibrio en más de una ocasión.
A partir del cuarto mes de embarazo comenzó a engordar de una manera desmesurada, llegando a disfrutar de un efímero éxito como “La musa de Botero equilibrista o las tres gracias en una” hecho que evitó su despido cuando fue sorprendida disputando un lomo de buey a uno de los leones del espectáculo. El éxito terminó junto con su aventura en el alambre cuando se le hincharon los pies, convirtiéndose en dos bolas resbaladizas imposibles de manejar.




La colaboración con el lanzador de cuchillos es recordada como breve, pero intensa, al confundir éste, desde su miopía ejercitada a base de alcohol en sangre, el abultado abdomen de su partenaire con uno de los globos que debía explotar. Episodio que terminó en la sala de urgencias del hospital, donde decidieron no retirar el cuchillo de su ubicación para evitar un desprendimiento de líquido amniótico que podría ser letal para el desarrollo del bebé.

Lo que quedaba de embarazo, por prescripción facultativa, lo pasó en el absoluto reposo de la taquilla del circo, viendo como se incrementaba la asistencia de un público que, tras correrse la voz, acudía en masa para ver a “la gorda embarazada con un cuchillo clavado en la barriga”.


Cuando al pequeño feto se le desprendió la telilla que cubría sus parpados y pudo abrir por primera vez sus enormes y vacilantes ojos, recibió una lección que le marcaría para el resto de sus días. La fría sensación del acero rozando sus inexpertas pupilas vaticinó un futuro imposible de planificar.

El resto de su existencia, Penélope, la viviría al filo de la navaja.


no se olvide