Cambia el dos por el cuadrado, la erupción por el cortocircuito, la elipse por el pie de guerra.
Cambia el cambio de ritmo pausadamente en una locuaz perversión de torbellinos.
Dice la nota aberrante del hilo camuflado tras las huellas del ministro de decoración. Silba un arcano metabólico entre dedos de satén blues.
Algún hecho confirma la posibilidad del método para transferir la trasgresión odiosa del retaco corrompido.
El hedor producido por la carne de percusión es solamente comparable al cielo nublado en una noche sin luna.
Al otro extremo, los perros gritan la estampida; llega el maloliente y destapa el tarro de las excrecencias.
Todos los trapos de cocina dicen acompasadamente: “Gorki, Gorki, buluppi” y continúan su demencia aparente, entre platos y cuchillos.
La sirena del cuarto gime la risa de los amartillados. El sereno del bajo toca las notas que conoce con su instrumento de cadenas.
La blanca tozudez del exquisitismo es degollada por el oxidado hacha de la vulgaridad. El malparido es llevado al hospital de agarrotados en una abundancia.
Calla la sed, oye la luz, mira la voz, toca las tres.
¿Gime el pez lancero por la muerte del capote?
¿Llora la estaca de amparo por el golpe de garrote?
¿Ríe la brisa de Mayo por el diente de marfil?
¿Carcajea la gallina perturbada por el trocho añil?
Pica la vena, rasca la barba, repta la larva y pide la cena, para después.
Cambia el cambio de ritmo pausadamente en una locuaz perversión de torbellinos.
Dice la nota aberrante del hilo camuflado tras las huellas del ministro de decoración. Silba un arcano metabólico entre dedos de satén blues.
Algún hecho confirma la posibilidad del método para transferir la trasgresión odiosa del retaco corrompido.
El hedor producido por la carne de percusión es solamente comparable al cielo nublado en una noche sin luna.
Al otro extremo, los perros gritan la estampida; llega el maloliente y destapa el tarro de las excrecencias.
Todos los trapos de cocina dicen acompasadamente: “Gorki, Gorki, buluppi” y continúan su demencia aparente, entre platos y cuchillos.
La sirena del cuarto gime la risa de los amartillados. El sereno del bajo toca las notas que conoce con su instrumento de cadenas.
La blanca tozudez del exquisitismo es degollada por el oxidado hacha de la vulgaridad. El malparido es llevado al hospital de agarrotados en una abundancia.
Calla la sed, oye la luz, mira la voz, toca las tres.
¿Gime el pez lancero por la muerte del capote?
¿Llora la estaca de amparo por el golpe de garrote?
¿Ríe la brisa de Mayo por el diente de marfil?
¿Carcajea la gallina perturbada por el trocho añil?
Pica la vena, rasca la barba, repta la larva y pide la cena, para después.
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