A papá: 18-03-1929 + 08-11-2012
Se le acabaron las balas en el último momento
Mi padre dejó de trabajar a los cincuenta. Los bancos y la hacienda pública le dejaron sin empresa y sin dignidad sucesivamente. Desde entonces cambió su inestable realidad por una ficción rutinaria.
Todos los días sacaba el perro a pasear, tomaba con ansia contenida un vino en el bar más humilde del barrio y volvía a casa, donde pasaba el resto de la mañana leyendo novelas del oeste. Se abstraía tanto en la lectura que la presencia del resto de la familia le pasaba inadvertida. Sólo una vez terminada la novela o al olor de unas lentejas con chorizo, levantaba la vista, te atravesaba con una mirada vidriosa y escupía:
Los lectores de novelas del Oeste, como los ladrones de casas, tienen su propio código secreto. Mi padre marcaba sus novelas con un triángulo equilátero, que en el código de los "desperados" significa que la casa ya ha sido robada.
Una vez por semana, interrumpía su rutina matinal para acercarse hasta el quiosco donde intercambiaba las novelas leídas por otras.
Algunas veces, regresaba de su paseo con una extraña sonrisa, se dirigía directamente al dormitorio y se encerraba durante horas. Yo pegaba la oreja a la puerta intentando adivinar, actitud que aprovechaba el perro para aparearse con mi pierna. Nunca llegaré a entender ese fetichismo insano que manifiestan algunos perros, pero mi cerebro infantil, asociando hechos, concluyó que afinar el oído tras puertas ajenas producía que de mi se desprendiera un irresistible perfume a perra en celo. Un chanel nº 5 canino que convertía a mi pernera en la Marilyn Monroe de los Fox Terriers. Aquello acabó con mi prometedora carrera como espía internacional y con el desconocimiento absoluto de los quehaceres de mi padre en el dormitorio. A cambio, el destino me compensó con mi primera relación estable y una cierta tendencia futura a las mujeres mascota.
Un día, mi padre llegó a casa pálido, como si hubiera visto un fantasma. Cerró la puerta a sus espaldas y se desplomó como un saco de patatas. Mamá dijo que le había dao un rictus y una ambolia, y que pasaría una temporada en el Crínico.
Descubrí la verdad mientras mi padre permanecía convaleciente.
Debajo de la cama, malviviendo entre los monstruos, el perro y un orinal descascarillado, había escondida una maleta. Una antigua y triste maleta que nunca salió de viaje. Y dentro de la maleta, su colección de novelas y un cuaderno de arillas lleno de anotaciones con un sobre pegado con celo a la portada. En el sobre estaba escrito:
Papá regresó del Hospital con un doble bypass, un respirador nocturno y un montón de pastillas y de prohibiciones. Nada de tabaco, nada de alcohol, nada de fritos, nada de chorizo con las lentejas.
Se hizo con una radio que colocó junto al sofá y nunca volvió a leer novelas del oeste.
Hace poco, en un rastrillo, encontré una colección de viejas películas del oeste por un precio razonable. Al rato, estaba entrando en casa con una caja bajo el brazo. Saludé a gritos desde el hall de la entrada y me dirigí al pequeño salón-comedor donde hacen vida mis padres. No estaban pero se habían dejado la radio encendida. Un enorme cactus saguaro ocupaba ahora el espacio del sillón de lectura de mi padre. Apagué la radio, dejé la caja con los dvds en la mesa camilla y volví por donde había entrado. Al salir, me pareció oír una voz espinosa:
PS. Durante todos estos años, mi padre había estado compilando y descifrando los extraños dibujos que encontraba en las novelas y apuntando sus conclusiones en un cuaderno. Tenía la certeza de que los seres humanos acabaríamos los unos con los otros y la esperanza de que, cuando en un futuro lejano, los extraterrestres llegaran a una tierra despoblada, encontrarían la maleta y que gracias a su trabajo, no se volverían locos intentando descifrar aquellos extraños pictogramas.
Evidentemente, el cuaderno me lo quedé yo. Que se jodan los extraterrestres.
Todos los días sacaba el perro a pasear, tomaba con ansia contenida un vino en el bar más humilde del barrio y volvía a casa, donde pasaba el resto de la mañana leyendo novelas del oeste. Se abstraía tanto en la lectura que la presencia del resto de la familia le pasaba inadvertida. Sólo una vez terminada la novela o al olor de unas lentejas con chorizo, levantaba la vista, te atravesaba con una mirada vidriosa y escupía:
Entonces, desenfundaba el bolígrafo de su bolsillo y con un rápido movimiento de muñeca dibujaba un triangulo en la esquina superior derecha de la contraportada.– No debiste cruzar el umbral de esa puerta, forastero. Este salón es demasiado pequeño para los dos.
Los lectores de novelas del Oeste, como los ladrones de casas, tienen su propio código secreto. Mi padre marcaba sus novelas con un triángulo equilátero, que en el código de los "desperados" significa que la casa ya ha sido robada.
Una vez por semana, interrumpía su rutina matinal para acercarse hasta el quiosco donde intercambiaba las novelas leídas por otras.
Algunas veces, regresaba de su paseo con una extraña sonrisa, se dirigía directamente al dormitorio y se encerraba durante horas. Yo pegaba la oreja a la puerta intentando adivinar, actitud que aprovechaba el perro para aparearse con mi pierna. Nunca llegaré a entender ese fetichismo insano que manifiestan algunos perros, pero mi cerebro infantil, asociando hechos, concluyó que afinar el oído tras puertas ajenas producía que de mi se desprendiera un irresistible perfume a perra en celo. Un chanel nº 5 canino que convertía a mi pernera en la Marilyn Monroe de los Fox Terriers. Aquello acabó con mi prometedora carrera como espía internacional y con el desconocimiento absoluto de los quehaceres de mi padre en el dormitorio. A cambio, el destino me compensó con mi primera relación estable y una cierta tendencia futura a las mujeres mascota.
Un día, mi padre llegó a casa pálido, como si hubiera visto un fantasma. Cerró la puerta a sus espaldas y se desplomó como un saco de patatas. Mamá dijo que le había dao un rictus y una ambolia, y que pasaría una temporada en el Crínico.
más pictogramas
Descubrí la verdad mientras mi padre permanecía convaleciente.
Debajo de la cama, malviviendo entre los monstruos, el perro y un orinal descascarillado, había escondida una maleta. Una antigua y triste maleta que nunca salió de viaje. Y dentro de la maleta, su colección de novelas y un cuaderno de arillas lleno de anotaciones con un sobre pegado con celo a la portada. En el sobre estaba escrito:
El quiosquero confirmó mis sospechas. Un tipo se había presentado en su local reclamando los derechos de autor, por lo que había dejado el negocio de cambiar novelas. Se lamentó por mi padre, que siempre pedía las novelas más usadas, esas que ya no quería nadie. Y en señal de buena voluntad por el disgusto que se había llevado, me regaló un par de novelas nuevas, a estrenar.“A los Sres. Arqueólogos Extraterrestres”
Papá regresó del Hospital con un doble bypass, un respirador nocturno y un montón de pastillas y de prohibiciones. Nada de tabaco, nada de alcohol, nada de fritos, nada de chorizo con las lentejas.
Se hizo con una radio que colocó junto al sofá y nunca volvió a leer novelas del oeste.
Hace poco, en un rastrillo, encontré una colección de viejas películas del oeste por un precio razonable. Al rato, estaba entrando en casa con una caja bajo el brazo. Saludé a gritos desde el hall de la entrada y me dirigí al pequeño salón-comedor donde hacen vida mis padres. No estaban pero se habían dejado la radio encendida. Un enorme cactus saguaro ocupaba ahora el espacio del sillón de lectura de mi padre. Apagué la radio, dejé la caja con los dvds en la mesa camilla y volví por donde había entrado. Al salir, me pareció oír una voz espinosa:
–Tu cara me suena, forastero. Creo haber visto un cartel poniéndole precio.
PS. Durante todos estos años, mi padre había estado compilando y descifrando los extraños dibujos que encontraba en las novelas y apuntando sus conclusiones en un cuaderno. Tenía la certeza de que los seres humanos acabaríamos los unos con los otros y la esperanza de que, cuando en un futuro lejano, los extraterrestres llegaran a una tierra despoblada, encontrarían la maleta y que gracias a su trabajo, no se volverían locos intentando descifrar aquellos extraños pictogramas.
Evidentemente, el cuaderno me lo quedé yo. Que se jodan los extraterrestres.
8 comentarios:
Durante los dos últimos años he visto impotente, como se apagaba con dificultad la vida de mi padre. En el proceso he ido abandonando proyectos personales al mismo tiempo que agotaba la energía y la paciencia en unos cuidados infructuosos, estériles e imprescindibles.
Hace unos meses, en un mal día, decidí borrar esta entrada del blog. Ahora ya ha terminado todo.
“Nos tenían rodeados, en los sucesivos ataques habíamos visto caer uno a uno a los mejores hombres. Esperábamos en silencio, los ojos empañados con la mirada perdida en el infinito. Sabíamos que la próxima arremetida sería la última. A lo lejos oímos un grito, después el suelo empezó a temblar bajo los pies de los caballos.
Luchó hasta que se le acabaron las balas, sólo entonces dejó de respirar”
Vaya, todo un impacto tu retorno al mundo blogero, mi madre también se fué hace menos de un mes, pero a diferencia de tu padre se rindió sin presentar batalla, tal vez por que ella no leía novelas del oeste, era más de Garcia Marquez y autores similares, no hubo temblores en el suelo y a mi me quedaron muchas balas en el cinturón de las palabras no dichas a tiempo.
A pesar de las circunstancias me alegra volver a verte por aquí y siento que haya sido para contarnos esto.
Besinos.
pd ¿por qué lo de ojazos? (me hizo gracia)
Lamento que tu vuelta haya sido para contarnos la pédida de tu padre.
Gracias por acordarte de mi en tus pictogramas, todo un detalle.
Un abrazo.
(lo de ojazos es cierto, doy fe)
Mr.! estoy encantada de volver a saber de ti aunque sea con noticias tristes. Han sido unos años difíciles y espero que en esta guarida llamada "mundo blog" nos bebamos unos tragos de compañía. Wellcome to the jungle, o to the West!
Un besazo
Mr! No sé si se ha publicado mi anterior comentario o no, la ciencia es un asco... Pero quería decirte que me alegra volver a saber de ti aunque sea con este tipo de noticias. Estos últimos dos años han sido duros, pero quizá en este "mundo blog" podamos compartir de nuevo tragos de buena compañía y espantar soledades.
Un besazo y un abrazo.
Ante todo, pedir disculpas por la prolongada ausencia y paciencia en esta reentre, porque me va a costar algún tiempo recuperar el tono (os juro que es que se pierde hasta el sentido del humor)
Mi querida Fabia; no solo tienes los OJAZOS mas azules que no he visto, sino que en ellos se encierra todo el mar Cantábrico...y el Piles, y el Nalón, y el Sella, y... Así que haz el favor de no pecar de falsa modestia.
Pdta.: Siento lo de tu madre. Extraña y dolorosa coincidencia.
Pdta. 2: Las balas hay que dispararlas, si no terminan corroyéndose.
Un besazo por ojazo, total dos besazos.
Siempre con el permiso de Mi nuevamente idolatrado amigo Xabier; de cuya mirada y capacidad para captar la belleza me fío como si fueran propias. Y si el da fe, yo me reconvierto al catolicismo.
Un fuerte y agradecido abrazo.
Milady; la ciencia es maravillosa ya que me trae tu presencia por duplicado. Y ya que nos vamos a dar a la bebida, mejor de dos en dos y bien cargaditas de compañía.
Dos besos, dos abrazos y dos lo que sea menester
Siempre a sus pies
Gran relato. Brillante, intrigante, mordaz, sarcástico, irónico, macabro, controvertido y subversivo.
Siento los malos ratos que has pasado. Ya sabias el final de esta película, eran demasiados y la munición se agotaba.
Un sincero abrazo y otro de mina de oro ... bueno el de mina de oro no sé si será posible físicamente, cuestión de volúmenes.
Por la boca muere el pez, ahogado en adjetivos.
En una cosa si le doy la razón. El abrazo entre su mina de oro con un Marco lleno de hogazas y un servidor, que se acaba de terminar el (impresionante, exquisito, soberbio, gustoso, sabroso, suculento, delicioso y agotado) pastel de membrillo; resultaría cuando menos contorsionista, esperpéntico, histriónico, bufo y ombliquo.
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